Educo, luego legislo
David Leal Olivares
Director ejecutivo ONG Innovacien
El año 2022 comenzó con una meta clara: que todos los establecimientos volvieran a la presencialidad. Esta meta compartida por las comunidades para retomar los procesos de enseñanza de una forma similar a la anterior a la pandemia no estuvo exenta de efectos negativos, siendo uno de ellos el aumento de los casos de violencia escolar.
En este contexto, el bullying y el acoso que se realiza a través de plataformas digitales también aumentó. Según una encuesta nacional de salud mental y ciber acoso, el 50% de los jóvenes entre los 15 y 29 años señaló haber sido víctima de ciber acoso.
Y si bien el proyecto de Ley número 20.370 (ciberbullying, que viene a complementar la ley de violencia escolar) busca reconocer el espacio virtual, crear un protocolo preventivo, establecer que el director de un establecimiento pueda denunciar ante el Ministerio Público para la realización de una investigación, entre otros asuntos, aún queda en el debate una pieza fundamental para combatir el ciber acoso: educar.
De nada sacamos con regular y castigar, si antes no educamos para prevenir y combatir el ciberbullying, ya que en estos casos la existencia de la sanción busca castigar el daño realizado, pero es ineficiente para generar comunidades sanas que nos permitan acompañar los procesos de resolución de conflictos de los estudiantes.
Aunque las redes sociales no son precisamente una novedad, las familias y colegios no necesariamente tienen el apoyo necesario para afrontar desafíos provenientes de estas tecnologías, por lo que es importante tomar este tema en serio generando material educativo y flexibilidad para que los establecimientos puedan tomar medidas en pos de mejorar los niveles de conversación de las comunidades. Sorpresa generó, por ejemplo posterior a las vacaciones de invierno, cómo muchas comunidades lograron a través de la flexibilización del horario escolar controlar el estrés generalizado de estudiantes y profesores. La alta cantidad de licencias médicas entre docentes y otros problemas no solucionados son tarea de todos, pero en especial de las autoridades.
También existen colegios que lo han abordado a través de asignaturas que enseñan regulación emocional, incorporando nuevas sensibilidades e intereses de los alumnos y alumnas, en donde la tecnología se trata como un espacio de utilidad e importancia, pero que al igual que otros espacios, que tiene límites a la hora de relacionarse con otros. Necesitamos tener un sistema educativo que pueda compartir este tipo de iniciativas y flexibilidad para probar soluciones.
Con este enfoque, distintos colegios han buscado prevenir y orientar a alumnos y alumnas en el daño que pueden causar cuando suben contenido relacionado que ataca a terceros. Buscando la popularidad de los algoritmos y generar contenido con más visitas, se puede caer rápidamente en un morbo que vuelve popular a uno, a costa del daño del otro. Y eso los jóvenes lo hacen. En este último punto extrañamos alguna legislación que controle a las empresas dueñas de las plataformas de redes sociales, las cuales son una industria multimillonaria, para limitar los incentivos a contenidos que soportan hechos de violencia escolar.
Es importante que estos temas urgentes puedan ser parte central del desarrollo del año escolar 2023.